Una sexta presentación de Yngwie en nuestro país en tan corto tiempo, podía pronosticar una baja en la presencia de sus seguidores. Pero teníamos un Teatro Coliseo lleno en cancha, platea y galería de gente que se impactaba, apenas entraba, con la muralla de cabezales y amplificadores Marshall todos encendidos, imponentes, declarando una guerra sónica a los tímpanos que debían prepararse de forma inminente. Y no era un presagio erróneo, porque entre una cortina de humo emergiendo en columnas como lava desde un volcán, salía a escena la silueta del maestro entregando los primeros riffs de “Rising Force”, que no contaba con las hombreras de Stalingrado, la voz de Turner, ni la teatralidad visual de aquellos tiempos, pero sí la misma potencia, el mismo impacto y… por supuesto, el mismo talento que lo enaltece, como el líder indiscutido del shred mundial. Todos enloquecidos creaban una algarabía inentendible de vitoreo y cánticos de sus primeras líneas, hasta que llegaba el reconocible coro, para gritonearlo con la vida en cabezas que parecían desprenderse de sus cuellos, con cabellos al viento que se movían sin cesar a la velocidad del descontrolado headbanging.
Tras la demoledora apertura, sin darnos un segundo para respirar, el fuego continuó con con “Top Down, Foot Down” y “Soldier”, donde Yngwie no solo dejó claro su virtuosismo técnico, sino también una entrega visceral que contagió a cada alma presente. La guitarra parecía desafiar las leyes de la física, con armónicos imposibles que arrancaron un asombrado grito desde la multitud: “¡De dónde saca esos armónicos!” La respuesta estaba en sus dedos, rápidos y precisos, un prodigio que nadie más puede replicar o, tal vez, muy pocos.
Con “Into Valhalla” y “Baroque & Roll”, nos transportó a su universo neoclásico, entre riffs barrocos y explosiones de energía, acompañado de su tecladista, que además de dominar los sintetizadores, puso su voz con fuerza en varios momentos, sumando intensidad y calidez al show. La conexión con el público era evidente, donde mostraba una sonrisa que delataba su comodidad y placer sobre el escenario.
La presentación siguió en ebullición con “Relentless Fury” y “Like an Angel”, canciones de su más reciente disco, en las que el mismo Yngwie tomó la voz principal, haciendo de su guitarra y su canto una extensión indivisible. Su entrega fue completa, lanzaba uñetas a diestra y siniestra, algunas directo al público, otras al aire, rematadas con una patada para mandarlas a volar como si fueran proyectiles de su propio arsenal. Además, moviéndose con los clásicos gestos que son su marca registrada, esos pasos cortos hacia atrás, los movimientos de cadera y el trote incesante mientras su guitarra rugía.
Decir que era solo un show, es mentir, a todas luces fue una declaración de poder y dominio, con la muralla de cabezales detrás de él no siendo simple decoración, sino herramientas vivas que el propio Yngwie manipulaba para moldear el sonido en vivo con precisión milimétrica.
Los momentos de covers fueron un homenaje respetuoso y apasionado, “Bohemian Rhapsody” de Queen y “Smoke on the Water” de Deep Purple no me atrevo a escribir que solo fueron interpretaciones, sino, más bien, tributos cargados de sentimientos y respeto en son de homenaje, a dos íconos que claramente inspiraron su trayectoria. Su guitarra se expresaba con admiración y energía, fundiendo técnica y emoción en cada nota a la velocidad de la luz.
Durante “Rising Force”, “Seventh Sign” y “You Don’t Remember, I’ll Never Forget”, decidió cortar las partes cantadas para que su guitarra hablara con aún más intensidad, dejando que el público retuviera en su garganta los coros mientras él desplegaba su virtuosismo, casi como un orador que sabe que su voz real, es el instrumento que tiene en sus manos.
Lo más llamativo fue la comodidad que mantenía en escena. De sus últimas cuatro visitas, esta fue la más relajada, risueña y entregada que se ha visto. La complicidad con sus músicos y la conexión con el público eran palpables, invitándonos a no solo disfrutar, sino a celebrar su arte una vez más, admirarlo y sentirse súbditos ante un ente mitológico divino, más allá de la concepción humana y con la esperanza de seguir viéndolo así de pleno y auténtico muchas veces más.
Ver a Yngwie Malmsteen en plenitud, es evidencia de la vigencia y magnetismo de un artista que no ha dejado de reinventarse ni de dominar su legado. En una era donde la rapidez técnica muchas veces se confunde con frialdad, demuestra que la pasión, la energía y la conexión genuina con su música y su público siguen siendo el verdadero motor de su excelencia. La experiencia fue por lejos, mucho más allá de un recital simple, ciertamente presenciamos un ritual de virtuosismo y emoción pura, un recordatorio de que el heavy metal sigue siendo territorio sagrado para quienes tienen el valor y la habilidad de entregarse sin reservas. A quienes estuvieron ahí, se les desea suerte en lograr bajar esos pelos que aún deben estar erizados de excitación, en una sensación erógena que solamente la música es capaz de provocar.
Setlist de Yngwie Malmsteen
Rising Force
Top Down, Foot Down
Soldier
Into Valhalla / Baroque & Roll
Relentless Fury
Like an Angel (For April)
Now Your Ships Are Burned
Wolves at the Door
(Si Vis Pacem) Parabellum
Badinerie (Johann Sebastian Bach cover)
Paganini’s 4th / Adagio
Far Beyond the Sun / Bohemian Rhapsody
Seventh Sign
Toccata
Fire and Ice
Evil Eye
Smoke on the Water (Deep Purple cover)
Trilogy (Vengeance)
Guitar Solo (1000 Cuts) / Overture
Blue
Fugue / Guitar Solo
You Don’t Remember, I’ll Never Forget
Black Star
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